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OREMOS. MEXICO EN LLAMAS


Con el gasolinazo la violencia ha estallado de forma artificial; no se trata de protesta espontánea, sino organizada. El país fue sorprendido por una densidad criminal que durante décadas ha crecido, ha penetrado en el Estado y se ha fortalecido.

El objetivo de este artículo no es abordar la legitimidad o no de las protestas, sino señalar que en México existe una violencia política creciente. A diferencia de Venezuela, donde los saqueos ocurrieron resultado de la desesperación de la gente por la escasez y el hambre, en México no hay relación directa entre saqueos y aumento al precio de la gasolina.

El fenómeno guerrillero frentista de extrema izquierda tiene más de cuarenta años de vida

En el desarrollo de una protesta, la violencia puede aparecer luego de una fase expansiva o como reacción a una represión desproporcionada que la estimula. Por mucha rabia o redes sociales que existan, el salto de lo demostrativo a lo violento no ocurre de la noche a la mañana. Con el gasolinazo la violencia ha estallado de forma artificial e incluso con rechazo de la mayoría de quienes protestan. No se trata por lo tanto de violencia espontánea, sino de violencia organizada. En México existen al menos siete grupos guerrilleros, algunos de los cuales tienen más de 40 años de existir. Por las condiciones del país, estos grupos tienen sus propias particularidades; no se trata de ejércitos guerrilleros en las selvas como en Colombia, sino que su expresión principal son frentes populares de composición social diversa, comunidades organizadas, control territorial y capacidad de movilización callejera.

Esta extrema izquierda subyace y despierta de manera brusca cada vez que encuentra una oportunidad para actuar. El 1 de diciembre de 2012, el presidente Peña Nieto tomó posesión en medio de protestas con una violencia similar a la actual. En agosto de 2013, más de diez mil personas, con una organización casi militar, cercaron de forma sorpresiva el edificio del Senado y luego hicieron lo mismo con el aeropuerto internacional. En el año 2014 fueron incendiadas las sedes de los partidos PRI y PRD en el Estado de Guerrero, un tiempo después el edificio de gobierno del Estado corrió la misma suerte y también intentaron quemar las puertas del Palacio Nacional en Ciudad de México.

En los últimos quince años han ocurrido numerosos hechos que incluyen bombas, sabotaje a oleoductos, secuestros, enfrentamientos armados, pero sobre todo protestas muy violentas en muchos estados. La capital de México es la ciudad con mayor número de demostraciones callejeras del mundo, ocurren 20 protestas diarias. Hay espacios públicos de la ciudad que han permanecido tomados más de un año. Nada de esto puede hacerse sin jerarquías, recursos y activistas a tiempo completo. En el año 2010 fue secuestrado Diego Fernández de Ceballos, líder político del PAN, por cuya liberación se pagaron varias decenas de millones de dólares. En otras ocasiones han ocurrido secuestros similares de importantes empresarios con pagos igualmente millonarios.

En la nueva realidad no hay problema que se resuelva solo; cuando no se resuelven, crecen

Si uno observa la violencia reciente en las calles de México —lo que se puede fácilmente ver en videos de YouTube— puede darse cuenta que esa violencia ni es nueva ni de origen desconocido. Se trata de grupos dispersos, sin articulación y seguramente con conflictos entre ellos que se montaron en las protestas por el gasolinazo con mucha rapidez. Luego, seguramente, por efecto de imitación y competencia entre ellos mismos, sus acciones alcanzaron dimensión nacional. El resultado de esto será la radicalización de más jóvenes y el crecimiento de estas organizaciones. En algunas comunidades estos grupos organizan policías comunitarias que suplen la ausencia de Estado. La desaparición o matanza de estudiantes de Ayotzinapa en el año 2014, fue en realidad el resultado de la lucha entre gobiernos locales cooptados por el crimen organizado y organizaciones populares controladas por grupos de extrema izquierda.

No hay estudios sobre las guerrillas mexicanas que ayuden a dimensionar el problema; no hay políticas para que abandonen la violencia, participen en opciones partidistas y se reinsertan a la legalidad; tampoco hay planes para combatirlos y ni siquiera un reconocimiento serio de la existencia del problema. Sus frentes han aprendido a movilizar de forma sincronizada a miles de personas sin ser detectadas y es común que frente a sus acciones violentas no haya respuesta. Todo esto ha derivado en una impunidad callejera que ya se volvió sistemática, creciente y de alto impacto político.

En los últimos 15 años México ha enfrentado una violencia delictiva que ha dejado más 100.000 muertos. Muchos han culpado a los últimos dos gobiernos por esto y han definido a las drogas como la causa del problema. Por sentido común, es obvio que las organizaciones criminales que han generado una violencia tan persistente, extensa y prolongada no nacieron en un día. México fue sorprendido por una densidad criminal de grandes proporciones que durante décadas se mantuvo creciendo, penetrando al Estado, fortaleciéndose y buscando oportunidades. Fue hasta que esa densidad criminal rebalsó, estalló y se volvió inocultable cuando se comenzó buscar la causa y al culpable. Con el fenómeno guerrillero frentista de extrema izquierda viene ocurriendo exactamente lo mismo, tiene más de cuarenta años de existir, asustó con Chiapas en el año 94 y ahora sorprende con saqueos en 25 Estados.

Un artículo de Luis Rubio cuenta que el presidente Adolfo Ruíz Cortines, quien gobernó México en los años 50, tenía dos carpetas en su escritorio: una decía “problemas que se resuelven solos” y la otra “problemas que se resuelven con el tiempo”. México tiene suficientes capacidades políticas, materiales e intelectuales para enfrentar las amenazas que padece, pero el primer gran paso que debe dar es superar la vieja cultura política. En la nueva realidad no hay problema que se resuelva solo y cuando no se lo resuelve, crece.

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