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"LA REFORMA DEL PULPITO"VOLVAMOS AL EVANGELIO DE JESUCRISTO!!!

“La necesidad más urgente hoy en la Iglesia cristiana es la verdadera predicación, y como tal es la más grande y más urgente necesidad en la Iglesia, es la necesidad más grande del mundo también.” [1] D. MARTYN LLOYD-JONES

Martín Lutero, el reformador alemán sonante del siglo XVI, se le preguntó una vez al final de su vida que mirara hacia atrás a su ministerio que alteró la historia y explicara la Reforma. ¿Cómo podría explicar el efecto que alteró la historia de este movimiento religioso? ¿Cómo podía explicar al Imperio Romano estando al borde del desastre? La respuesta de Lutero dio es reveladora. La simple explicación que ofreció fue un testimonio del poder de las Escrituras.

El reformador dijo: “Yo simplemente enseñé, prediqué, y escribí la palabra de Dios, y enormemente debilitó al papado que ningún príncipe o emperador jamás infligieron tales pérdidas sobre ello. Yo no hice nada, la Palabra hizo todo”[2]

Lutero estaba en lo correcto. Él, personalmente, no hizo nada de efecto duradero. Por el contrario, la reforma sólo puede explicarse por el ministerio de la Palabra de Dios. ¿Qué alteró el curso de la historia humana? Fue la Palabra traducida, enseñad y predicada- la que desató los acontecimientos de la Reforma. No hay poder espiritual en este mundo que pueda competir con la dinámica sobrenatural de un hombre que expone fielmente la Palabra de Dios. Nada se puede comparar con el impacto poderoso de la Biblia.

Si vamos a ver otra reforma en nuestros días, debe ser la reforma del púlpito moderno. Debe haber un retorno a la predicación expositiva. Como resultado de ello, la importancia singular de la predicación bíblica no puede ser exagerada. En la medida en que el púlpito siga, así irá la iglesia. Con tal importancia asignada a la predicación bíblica, consideremos algunas de las principales características del púlpito reformado.

LA PRIORIDAD DEL PULPITO

En un momento de reforma, la más alta prioridad para cualquier pastor o iglesia, una vez más se convierte en el púlpito. Todos los demás aspectos del pastorado juegan una función de apoyo a lo que es primario, es decir, la predicación de la Palabra. Pablo escribió a Timoteo: "Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza" (1 Tim. 4:13). Es decir, Timoteo, en primer lugar, debe dar más estricta atención a la predicación de Pablo hasta que pudiera llegar allí. Si Timoteo hacía algo, sobre todo debía dedicarse a predicar como un asunto de importancia más estricto. Por lo que el púlpito debe ser nuestro objetivo principal.

Esta prioridad fundamental de la predicación se vio claramente en el ministerio público de Jesucristo. Mientras lanzaba Su obra, “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios, y diciendo: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (Marcos 1:14 b- 15). La Predicación ocupó Sus últimos días en la tierra. Cuando Jesús envió a sus discípulos, les encargó a proclamar el perdón de los pecados (Lc 24:47).

En el día de Pentecostés, Pedro se puso a predicar no a actuar un drama, ni a compartir tópicos agradables, sino a predicar la Palabra. La historia de la iglesia primitiva es una crónica de predicación (Hechos 4:2; 5:28, 42; 6:3, 5, 10; 8:35; 11:20; 17:18). Las últimas palabras del apóstol Pablo a Timoteo le encargó “predicar la Palabra” (2 Tim. 4:2). Esta es la prioridad del púlpito.

EL PATRON DEL PULPITO

Si la predicación bíblica es tan desesperadamente importante, ¿cómo deberíamos entonces predicar? ¿Cuál debería ser el patrón en la predicación? ¿Cuáles son los componentes esenciales de la verdadera exposición? No se nos ha dejado adivinar o suponer. En una reforma, hay un cierto tipo de predicación que se produce.

En 1 Timoteo 4:13, Pablo expresa tres aspectos de la predicación expositiva, “la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza.” Aquí, Pablo da a Timoteo y a todos los que predican a través de los siglos, las tres partes no negociables de la predicación que cumplen con la aprobación de Dios. Estos tres componentes –la lectura, exhortación y la enseñanza –son los pilares sólidos sobre los que descansa toda la predicación bíblica. Excluya cualquiera de estos tres y lo que resulte no es predicación bíblica.

En primer lugar, leer la Palabra. Es decir, el predicador debe leer públicamente la Palabra misma. Al leer el texto en el comienzo de la predicación y al entregarlo, el predicador se está colocando bajo la autoridad de las Escrituras. Las palabras de Dios son las mismas palabras. Además, la lectura del texto señala que este mensaje fluye exclusivamente a partir de su pasaje. El no tiene nada que decir, aparte de este pasaje. Además, debería leer otras referencias relacionadas, que apoyen y expliquen este texto. Su mensaje debe estar saturado de las Escrituras, que él debe ser como Charles Spurgeon describió a John Bunyan, “una Biblia andante”.

En segundo lugar, explicar la Palabra. Después de leer el texto, el predicador debe dar su verdadera interpretación. John MacArthur señala: “El significado del texto es el texto”. Esto implica dar atención a los idiomas originales, el contexto histórico, la intención del autor, antecedentes culturales, geografía, gramática, sintaxis del estilo literario, figuras del lenguaje, la teología sistemática, teología bíblica, la revelación progresiva, y mucho más. Incorporando todo esto, el expositor deberá presentar el significado del pasaje que Dios pretendió para la comprensión clara de su congregación.

En tercer lugar, aplicar la Palabra. Una vez explicado el texto, el predicador debe aplicar el pasaje a la vida de sus oyentes. Esto es “exhortación” o “lo que viene junto” por el predicador con su congregación, haciendo la aplicación pertinente del texto. ¿Cómo deben ser vividas estas verdades? ¿Qué demanda de nosotros? Una vez explicado el pasaje y mostrada su relevancia, el expositor persuasivamente debe llamar a un veredicto a los corazones de los oyentes. Toda esta “exhortación” implica motivación, afirmación, inspiración, consuelo, confrontación, corrección, y más si se trata de una predicación que cambia las vidas.

LOS DOLORES DEL PULPITO

Es más, Pablo escribió a Timoteo, “Sé diligente en estos asuntos; entrégate de lleno a ellos, de modo que todos puedan ver que estás progresando.” (4:15). En otras palabras, la predicación bíblica es muy demandante y un trabajo que desgarra el alma. Un hombre debe ser absorbido, incluso consumido, con esta sagrada tarea. Los rigores de la exposición drenan a todo el hombre mentalmente, físicamente, emocionalmente y espiritualmente. La agonía del predicador y el consumo de todo corazón en esta tarea es la norma para un ministerio de exposición, no la excepción.

De esta fuerte demanda, el famoso predicador presbiteriano Thielemann Bruce escribió: “El púlpito llama a los designados a ello al igual que el mar llama a su navegante, y al igual que el mar, se azota y magulla, y no descansa… predicar, predicar de verdad, es morir desnudo un poco a la vez, y saber que cada vez que lo hagas hay que hacerlo de nuevo”[3]

LA PREOCUPACION DEL PULPITO

Por otra parte, todo predicador debe con frecuencia y escrupulosamente inspeccionar su vida personal, así como su enseñanza, si su ministerio ha de ser bendecido por Dios. Por consiguiente, Pablo instruyó a Timoteo, “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan.” (4:16). La predicación bíblica debe provenir de una vida santa que modele el mensaje. El predicador debe ser ferviente por la gloria de Dios, celoso de la verdad de Dios, y arder en llamas por las almas de los hombres.

En una palabra, el expositor debe ser apasionado. “Nada”, dijo Richard Baxter, “es más indecente que un predicador muerto hablando a pecadores muertos la verdad viviente del Dios viviente.”[4] “La predicación desapasionada es una mentira,” RC Sproul argumenta, porque “niega el contenido mismo que transmite.” [5]Pero cuando la verdad es fervientemente predicada por aquel que es absorbido completamente en la Palabra de Dios, el ministerio será maravillosamente bendecido por Dios, lo que garantiza la salvación de aquellos que se sientan bajo su exposición.

Un predicador desanimado le preguntó una vez a Spurgeon lo que debía hacer con el fin de atraer a una multitud como los que venían a escuchar al predicador principal. “Simplemente empápese en gasolina, encienda un cerillo, y póngase en llamas", respondió Spurgeon. “Entonces la gente va a venir a verlo arder.” El punto era claro. El predicador debe ser encendido con una pasión santa por Dios y ser consumido en alcanzar a las almas si los demás han de ser atraídos hacia Cristo.

LA NECESIDAD DE LA HORA

Si una reforma ha de venir a la iglesia, ésta será precedida por una reforma del púlpito. Un retorno a la predicación –verdadera predicación, predicación bíblica, predicación expositiva– ¡es la mayor necesidad en esta hora critica!. Si vamos a ver anunciar a Dios en un tiempo de reforma, debe haber una alteración significativa del púlpito. La predicación de hoy, la cual es ligera, superficial, trivial, centrada en el hombre– y carente de la Escritura, debe ser una vez más pesada, profunda, centrada en Dios, y ser saturada con las Escrituras.

Que Dios levante tales anunciadores de Su verdad divina que prediquen con una creciente confianza en el poder de Su Palabra. Que Cristo de a Su iglesia una vez más un ejército de expositores bíblicos que proclamen las Escrituras con valentía en el poder del Espíritu Santo. Mi hermano, que tú seas tal hombre.

Soli Deo Gloria.

Steven J. Lawson

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[1] D. Martyn Lloyd-Jones, Preachers and Preaching (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1971), 9

[2] Ernest Gordon Rupp, Luther’s Progress to the Diet ofWorms 1521 (London: SCM, 1951), 99

[3] Como se cita en “Heart and ‘Soul,” de Ben Patterson Leadership Journal, Winter 2000, 122

[4] Como se cita en The Christian Ministry Charles Bridges, (London: Banner of Truth, 1967), 318.

[5] R. C. Sproul, The Preacher and Preaching, ed. Samuel T. Logan Jr. (Phillipsburg, N.J.: Presbyterian and Reformed, 1986), 113.

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