Santiago Moll es un profesor absolutamente vocacional. Cuando habla de sus estudiantes se nota que les conoce, que les quiere y que se preocupa por su futuro. Un futuro que va a transcurrir inmerso en las nuevas tecnologías. Moll habla de las diferencias generacionales entre los nacidos en los 60-70-80 del siglo XX a los que denomina «inmigrantes digitales» y a los nacidos posteriormente a esa fecha, que ya son «nativos digitales». Esta brecha hace que veamos la vida de maneras muy diferentes y así lo explica en su libro «Empantallados» (Larousse, 2017)
¿Cree que los inmigrantes digitales no van a poder alcanzar nunca a los nativos en cuanto a conocimientos tecnológicos?
-Estos términos, creados en los años ochenta, han fomentado mucha polémica. Poner etiquetas a dos o tres generaciones es francamente difícil. En realidad, cuando a una persona realmente le interesa la tecnología, no importa la edad que tenga. Aun así, creo que existe una brecha digital entre adolescentes y padres, básicamente por el interés, el uso, la dedicación o la necesidad.
Aquellos que nos interesó la tecnología desde pequeños no estamos tan distanciados de los más jóvenes, pero necesitábamos un término para distinguir este salto digital entre las generaciones.
¿Qué es lo que más nos diferencia?
-Tenemos una educación totalmente distinta, porque la nuestra fue absolutamente analógica. La forma en la que estudió mi generación, y con la que aprenden los jóvenes de ahora, es radicalmente diferente. Todo se basa en el acceso que unos y otros hemos tenido a la información. En nuestra época teníamos nuestras propias herramientas, aunque no fueran digitales y no tuvieramos tantas posibilidades.
¿La tecnología nos esclaviza un poco?
-Llegará un punto en que la sociedad se convertirá en esclava digital. Todos los que somos dependientes de la nuevas tecnologías ya estamos siendo un poco cautivos. En un breve espacio de tiempo la desconexión va a ser algo imprescindible para nuestra salud mental, familiar y laboral...
Habla de la tecnología como ladrona de tiempo, ¿roban todo el tiempo o que hay parte que sea aprovechable?
-Creo que el gran enemigo de los jóvenes no radica en la tecnología, sino en el tiempo que le dedican. Hay que enseñar a los jóvenes la diferencia entre el buen uso y el abuso. No siempre están perdiendo el tiempo, pero si de algo me he dado cuenta es que la concepción que tiene un adulto y un adolescente del tiempo es radicalmente distinta. Los más jóvenes no le dan ningún valor. Y muy fácilmente se les escapa de las manos y pierdanla noción de lo que es realmente importante: estar con ellos mismos, poder reflexionar estar con la familia. Pero la tecnología bien utilizada nos debe ayudar a ganar esa batalla del tiempo para lo que es trascendental.
La tecnología aborrega a los jóvenes...
-El móvil hay que verlo como una herramienta que nos puede ayudar a ser más productivos, a relacionarnos con más gente, a pedir información para poder avanzar... pero claro, esa herramienta también se puede usar mal y nos puede robar la libertad, hacer que no sigamos las normas, encerrarnos en la habitación... y ahí está la lucha, porque vemos que el dispositivo es capaz de cubrir todas las grandes necesidades que hoy en día nos han vendido. Es muy importante poner normas y marcar límites desde el principio, porque si no, se nos escapa de las manos.
¿Son efectivos los controles parentales en ordenadores ?
-Los controles parentales que se ponen en los dispositivos electrónicos suponen lo mismo que poner puertas al campo. La efectividad de los controles no vendrá de la tecnología, sino de la mano del adulto. El buen control es la que fijan los padres y educadores en cuanto al uso de la técnica. Educar sin dedicar tiempo a las personas es imposible, y no podemos ceder toda a responsabilidad a la tecnología, somos nosotros los que debemos dedicar tiempo a los jóvenes para educarles en el mundo digital. No veo otra solución.
Los controles ayudan, las contraseñas ayudan, pero luego está la voz, la decisión del adulto que me parece que es definitiva y determinante.
¿Qué opinión tiene de las redes sociales?
-Trabajo desde hace años con alumnos de 1º y 2º de la ESO, chicos que están en la frontera entre los 12 y los 14 años y, prácticamente todos tienen Instagram y Snachptap, algunos se han hecho una cuenta en Facebook y pocos usan Twitter o Periscope. La gran mayoría tienen los perfiles cerrados y hay cierto control, pero repito lo anterior: poner control en redes sociales es prácticamente imposible, de ahí que sea tan importante la educación y, cuando un niño tiene una cuenta en una red social, las condiciones de uso tienen que venir dadas por una adulto.
¿Son peligrosos los influencers, youtubers y prescriptores de moda que ven nuestro hijos en Internet?
-Son peligrosos porque suponen un ejemplo sin ser personas, siendo en realidad un producto. Los ves en los medios y te das cuenta de la pobreza de su vocabulario, del tipo de reflexiones tan vacías... Concretamente, la bloguera Dulceida es un caso clarísimo de marketing. En el momento en el que ella vendió su homosexualidad fue cuando se hizo con un target muy importante que le ha permitido ser la número uno en España. Son modelos contra los que es muy difícil luchar y hay que estar al tanto, hay que controlar. No podemos elegir los ídolos que les gustan a nuestros hijos, pero sí que hay que trabajar e insistir en que existen otros tipos de referente. Hay que dejarles clero que estos modelos no tienen nada de malo, claro, pero su modo de vida es una excepción.
¿Son conscientes los adolescentes de que todo los que publican en Internet escapa de sus manos y que además, permanece?
-El gran problema es que con 14, 15 o 16 años no se tiene definida la identidad personal y mucho menos la identidad digital. En un futuro uno será por que lo que es o por lo que dicen que es en las redes sociales. La reputación digital va a a ser tanto o más importante que la personal. Por eso es tan importante cuidarla. A mi me consta de alumnos que están subiendo a la red auténticas barbaridades solo por el minuto de fama o por llegar a ser “como”. El precio que se paga por diez segundos de gloria es altísimo.
¿Qué habría que enseñarles para que no se exhibieran de esta manera?
-Lo más importante es educar para que valoren el concepto de privacidad, que en adolescentes ha dejado de tener significado. Si no estás en la red no existes, y para existir hay que exhibirse y, para ello, hay que publicar de forma constante. La intimidad se ha transformado en «exitimidad» es decir, que para existir en el mundo virtual, tengo que enseñar quién soy, qué soy, qué hago y con quién. Esto está creando problemas tremendos y casos de ciberbulling, acoso, sexting...
Entonces, ¿viven en una burbuja de irrealidad?
-Viven en un mundo paralelo. Estoy continuamente con adolescentes y me encanta la tecnología, pero la distancia que tengo con ellos es cada vez mayor. Lo malo es que están tan a gusto en su mundo virtual que cada vez mas tienen menos interés en estar en el mundo real. Hay que poner normas para que se relacionen. Ponerse serio y marcar límites.
En muchos colegios se están sustituyendo los libros de texto por las tabletas, ¿esto no es fomentarles más su vida en el mundo virtual?
-En este sentido tengo sentimientos encontrados. La educación digital también se esta convirtiendo en un gran negocio. Ha habido algunos momentos en los que, de manera muy desafortunada, nos han hecho creer que las tablets eran la solución a todos los problemas, y que iban a ser capaces de solucionar determinados aprendizajes. Eso es un error. Los dispositivos electrónicos son una herramienta tan válida como un boli, un lápiz o una calculadora, y esto según que empresas no les ha convenido explicarlo. El problema es que hay muchos intereses económicos y hay grandes fabricantes que se están lucrando muchísimo con convenios con centros educativos, con CC AA. Te das cuenta de que en el fondo la tecnología se está convirtiendo en un gran comercio donde hay mucho dinero que ganar. Y la tablet es una herramienta que tanto sirve para aprender como para tener ocio, pero no es la solución a los problemas. La solución son los padres, los docentes, y lo que seamos capaces de enseñarles.
¿Qué tienen que enseñar entonces los educadores que se encuentran inmersos en un mundo cada vez más digital?
-El gran trabajo que tenemos como educadores es enseñar a desconectarse de los dispositivos para aprender a conectarse con el mundo real. Porque puede llegar un momento que se encuentren tan a gusto en esos mundos paralelos que acabaremos perdiéndolos, y esto va a repercutir en la sociedad y los valores que tenemos como comunidad.
FUENTE: ABC