Hace un año empezaron a implantar microchips subcutáneos a 50 voluntarios, 30 se sumaron y solo dos se los quitaron.
Cuando se sientan frente a la computadora en su oficina, 80 de los 250 empleados de la compañía Three Square Market, de Wisconsin, no tienen que escribir un nombre de usuario ni una clave para empezar a trabajar.
Les basta pasar una mano por delante de la computadora y se conectan.
Y para entrar en la oficina no tuvieron que poner la tarjeta de identificación frente a un escáner: igual acercaron la mano al aparato, y ábrete sésamo.
A la hora de la merienda, la barra de chocolate que marcaron cae en la cajuela, se la llevan y el precio queda automáticamente deducido de su cuenta. Y de regreso, para usar la fotocopiadora, también es suficiente con un gesto rápido.
No es magia: lo que pasa es que todos tienen microchips instalados en sus manos.
El dispositivo subcutáneo es como una especie de grano de arroz, pero más largo, que se coloca entre los dedos índice y pulgar. No tiene baterías: está diseñado para ser leído mediante la técnica que en inglés se conoce como RFID, por las siglas de Radio-Frequency Identification, o identificación por radio frecuencia.
Y por las dudas: no deja rastros; no puede ser localizado con un sistema de GPS. Por lo menos, eso es lo que dice la compañía.
Al anunciar el inicio de los implantes el 20 de julio del año pasado, Three Square Market explicó que la RFID usada es del tipo NFC, por Near Field Communications (comunicación por cercanía de campos), la misma que emplean las firmas de tarjetas de crédito para que el usuario pueda pagar con sólo acercar la tarjeta al dispositivo de cobro.
Por supuesto, no todo el mundo está dispuesto a injertarse el chip en la mano y llevarlo consigo, como indica la cantidad de empleados que no lo tienen en Three Square Market.
Pero el presidente de la firma, Patrick McMullan, le dijo a la revista Technology Review, del Instituto Técnico de Massachusets (MIT), que ese es el futuro de todas las transacciones, no sólo en la oficina, sino en en cualquier lugar donde te cobren algo, e incluso donde no haya intercambio monetario pero se necesite algún tipo de identificación.
En 2007, un reportaje de NBC pronosticaba que diez años después todas las personas con ciudadanía estadounidense iban a llevar el microchip injertado para evitar fraudes en las identificaciones.
A la preocupación de que en el metro o en cualquier lugar público alguien con un lector de RFID pueda robarse los datos personales, responde que pasaría lo mismo si le sacan la cartera del bolsillo.
Y Three Square Market no es precisamente la pionera en el uso masivo de la técnica. De hecho, McMullan cuenta que se le ocurrió la idea al visitar Suecia, donde ya lo hacen para comprar boletos de trenes.
Y observa que desde que empezaron a hacerlo se han sumado otros 30 empleados, y que sólo dos se los quitaron… porque se fueron a trabajar a otro lugar.
La firma ya está trabajando para usar la misma técnica en hospitales y otros centros de servicio público, pero en vez de injertando el chip bajo la piel, colocándolo en brazaletes.