Hay poca evidencia de que las voces que piden su salida lo hacen de buena fe y movidos por la preocupación de proteger a niños abusados por sacerdotes, comenta Jill Filipovic.
(CNN) - Mientras las tensiones en la iglesia católica se recrudecen por las denuncias de delitos sexuales cometidos contra niños, un prominente (y controvertido) arzobispo está pidiendo la renuncia del papa.
¿Encara la iglesia un golpe de Estado, o finalmente se enfrenta a un ajuste de cuentas? Ambos.
La iglesia y su líder máximo, por supuesto, deben rendir cuentas por el escándalo. Pero hay poca evidencia de que las voces que piden la salida del Papa Francisco lo hagan de buena fe movidos por la genuina preocupación por los niños abusados durante décadas, o la cultura de la impunidad masculina que lo permitió.
No, esta ola de indignación actual está encabezada por el clero conservador, a través de una reciente carta de 11 páginas del arzobispo Carlo Maria Viganò, el exnuncio apostólico en Estados Unidos a quien Francisco reemplazó. Viganò alega que una "corriente homosexual" fue la que originó el escándalo de pederastia y que el pontífice encubrió a un cardenal sabiendo que era un "depredador sexual". La respuesta del papa: "No diré una sola palabra sobre esto".
Es importante señalar aquí que a Viganò y otros católicos conservadores doctrinarios no les gusta la doctrina más progresista del papa: cosas como cuidar a los pobres, hablar en nombre de los inmigrantes y disminuir la animosidad hacia los homosexuales y las mujeres divorciadas. De hecho, esos mismos conservadores han defendido e incluso promovido los mismos aspectos de la iglesia católica que permitieron la incidencia del abuso sexual y demás atroces actos hacia los niños: exaltar el poder masculino, subordinar a las mujeres y estigmatizar la homosexualidad.
Las nuevas acusaciones de abuso sexual les han servido como munición contra un papa que acusan de demasiado permisivo. Y en este drama no hay para dónde hacerse, no hay bandos buenos.
El fiscal general de Pensilvania, Josh Shapiro, dijo el martes al programa televisivo Today, de NBC, que el Vaticano estaba al tanto de las acusaciones de abuso sexual en iglesias de todo su estado, aunque no dijo cuándo supo el Vaticano de dichas acusaciones. No está claro si el Papa Francisco estaba personalmente enterado, pero como el líder y cabeza visible de la iglesia, la responsabilidad en última instancia recae en él, como recayó en su predecesor y el antecesor de aquél, ninguno de los cuales enfrentó consecuencias.
Esta institución no solo responde por los sacerdotes que pasaron décadas abusando de miles de niños, desde hace tiempo ha gastado millones para combatir a los acusadores y cubrir sus propias huellas.
Pero sustituir a este papa por alguien que complazca a los católicos más tradicionales no es la respuesta. Este abuso, y el sistema que lo cubría y perpetuaba, no existía en el vacío. Es resultado directo de la estructura patriarcal de la iglesia y su intolerancia fundamental.
Después de todo, a pesar de que a este papa se le considere "liberal", él todavía dirige una institución que discrimina a las mujeres tan descaradamente y sin reservas que, si no fuera una organización religiosa, entraría en conflicto con las leyes estadounidenses contra la discriminación.
Ninguna institución, y ninguna persona, merecen la designación de "progresista" si tratan a las mujerescomo ciudadanos de segunda clase, negándose a que ocupen los mismos puestos que los hombres, y colocándolas en una especie de categoría diferente y discriminatoria de ser humano.
Crecí más como cristiana que católica, pero gran parte de mi familia es (o fue en algún momento) católica. Si hubiera sido criada en la iglesia, como lo fue mi madre, esta misoginia inherente hubiera sido suficiente para que yo dejara la iglesia hace mucho tiempo. No puedo conciliar los valores feministas y progresistas con una institución que trata a las mujeres con este tipo de desprecio disfrazado de devoción.
De hecho, esto afectó a mi propia familia: cuando mi abuela, una sobreviviente de abuso doméstico, finalmente abandonó su matrimonio y terminó como madre soltera con cinco hijos pequeños en la década de 1950, la iglesia le dio la espalda. Mi abuelo, por otro lado, siguió estando tan en “gracia” que, años más tarde, pudo anular convenientemente su matrimonio para volver a casarse con la bendición de la iglesia.
La misoginia de la iglesia ha dado pie a algunos de sus peores abusos. El abuso sexual de monaguillos recibió con justicia la cobertura de la prensa, pero las niñas también fueron agredidas sexualmente y violadas. Los niños fueron abusados en gran parte debido al hecho de que el arraigado sexismo de la iglesia les daba a los sacerdotes un acceso más fácil a los niños que a las niñas, pues no fue hasta hace poco que las niñas pudieron ser monaguillos.
La estructura de poder de la iglesia, exclusivamente masculina, significaba que los sacerdotes tenían más tiempo a solas con los niños, y la propia misoginia y homofobia de la iglesia agravaban la vergüenza y el silencio que tantos niños abusados arrastraron hasta la edad adulta.
El patriarcado católico no solo engendró sacerdotes que agredieron sexualmente a niños. En todo el mundo la iglesia tildaba a las mujeres solteras de inmorales, tratándolas como contaminantes sociales y ocultándolas por vergüenza. Algunos de los hijos de mujeres solteras terminaron en orfanatos y sufrieron mucho, sometidos a golpes, hambre y mutilaciones. Algunos de ellos murieron, presuntamente a manos de monjas negligentes o abusivas.
Y aún hoy, la iglesia se opone a los derechos de las mujeres a decidir si quieren tener hijos y cuándo tenerlos, incluso la anticoncepción está prohibida. A la mujer se le niega la soberanía de su cuerpo, no le pertenece; es un receptáculo para las prerrogativas masculinas. ¿A alguien le sorprende que una institución que tiene esta visión de la mujer profundamente arraigada sea también una institución en la que la agresión sexual, un crimen en el que una persona cree tener total autoridad sobre el cuerpo de otra persona, prospere con pocas consecuencias?
Ninguna institución está totalmente inmune al abuso, pero puede fomentar o desalentar las condiciones para ello. La iglesia las fomentó. Por tanto, sí, el papa debería pagar un precio, quizás con su cargo. Pero también debería pagarlo cualquier otra autoridad masculina en la iglesia que haya trabajado para mantener el poder patriarcal sin restricciones y para mantener a las mujeres en posiciones de subordinación.
Lo que significa, desde luego, que toda la iglesia debe reformarse radicalmente, de no hacerlo, los católicos decentes deben decidir que mantener su fe exige abandonar esta nociva institución.