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PERU: ENTREGÓ SU VIDA A CRISTO EN UN ATENTADO TERRORISTA

Llegué a los pies de Dios a punto de quitarme la vida; en una oportunidad me puse la pistola para volarme los sesos y terminar de inmediato con mi existencia. En otra, la mitad de mis zapatos se balanceaban al borde de un edificio, mi cuerpo se mecía en el aire. Pero Cristo no permitió que esto se sucediera, Él me salvó.

Eran 12 veces que Dios no permitía que muriera y me preguntaba ¿por qué y para qué Él me libraba de la muerte? y ahora entiendo que Dios tiene un propósito con cada vida y Él te va marcando el paso, cerca de ti y trata con tu vida.

Por mis malas decisiones y actos, fui recluido en un penal. Pasaron unos meses desde que aquel amigo me había hablado de Cristo, y yo tuve una experiencia real con Dios, una muy grande porque yo no creía en pastores, era muy duro y soberbio, si tocaban la puerta de mi casa para que me prediquen, yo los botaba.

En la cárcel los hermanos habían hecho como una iglesia, y a mí, me daba cólera escucharlos, muchas fueron las veces que por mi ignorancia, les arrojé agua, les gritaba para que se callaran. Pero hubo un día en el que Dios permitió que todo el penal de quedara en silencio y oscuridad; había ocurrido un atentado terrorista y las torres de luz se volaron.

Toda había quedado en completa oscuridad, pero los hermanos no se quedaron callados. En ese momento en el cual las luces se apagaron, ellos subieron aún más el volumen de su alabanza. Yo estaba solo, todos se fueron, a la verdad nunca me había gustado oírlos cantar, pero ese día entró en mi una curiosidad y abrí un poco mis oídos.

Comencé a escuchar lo que ellos cantaban y nunca me voy a olvidar; porque esa alabanza traspasó mi alma, mi corazón. Ellos entonaban ese coro que dice “Solo Dios, hace al hombre feliz” de pronto siento que una mano me toma de la parte de atrás y cuando me doy cuenta estaba sentado. Empecé a ver cómo mi cuerpo se movía sin que yo lo provocaba y mis pasos se empezaron a dirigir a donde yo menos quería ir, que era el templo.

Habían dentro de mi unos deseos de detenerme, pero yo no podía mover mis manos, ni mis pies, yo quería evitar llegar pero había algo más fuerte que yo. Ya en la puerta, escucho dos voces, la de satanás que me decía “No entres porque ya va a venir la luz y qué vergüenza que te vean tus amigos aquí, diciendo: Gloria a Dios” pero enseguida escuché la voz de mi Dulce Pastor, la voz de mi Cristo que me llamaba, que me decía “Entra que yo soy la puerta, el que por mí entrare será salvo”

Cuando me doy cuenta, ya estaba adentro, veía hermanos que lloraban, que cantaban y estando ahí, me pregunté: ¿Qué hago aquí? Y en ese momento por primera vez, trato de conectarme con Dios, pues yo no sabía cómo era, y solo le dije: ¿Serás tú, y si eres tú, cómo yo voy a estar aquí, si tú sabes cómo soy yo, como he vivido? Yo no creo que este lugar sea para mí, y me fui.

Llegué a mi celda, sentía como la mano de Dios no me soltaba, me senté en la cama, meditaba, y continuaba sintiendo esa mano, enseguida caí al piso y fueron 3 horas pidiéndole al Señor que me perdonara, que me salvará, me libertara y en ese momento, Dios me libertó de toda opresión diabólica y rompió todas mis cadenas y sentí su presencia, algo sobrenatural llegó a mi alma, porque cuando el Espíritu de Dios llega a nosotros nada es igual.

Sentía que caminaba sobre algodón, ya no llevaba el peso de mi pecado, salí de mi pabellón, abrazaba a todos, y hasta busqué a mi enemigo, él pensaba que le iba a hacer daño, pero lo abracé fuertemente y le pedí perdón, bajé al patio, y llorando contemplé la luna, las estrellas que me contaban la grandeza y maravillas de Dios.

Quería salir de ese lugar, pues quería pedirle perdón a mi padre, aquella persona que quería matar, que odiaba demasiado. Después de 3 días llegó mi madre a visitarme, se asustó de no encontrarme peleándome, borracho, sino leyendo la biblia, y me dijo a quién estás esperando, le respondí que a ella y le conté la maravillosa experiencia que tuve con Dios y ese mismo día se entregó a Jesús, aceptándolo como su Señor y Salvador.

A las próxima semanas me visitó mi padre, ese momento fue hermoso, nos pedimos perdón y nos reconciliemos. Dios arrancó el odio, la sed de venganza que sentía. Pasaba mis días predicándole a los internos, hablándole del poder de Cristo, hasta que después de 1 año y 2 meses salí en libertad, a pesar de que mi condena era de 18 años, pero el poder de Dios permitió que yo salga prontamente.

Desde aquel entonces, desde aquel atentado terrorista de los año 80, mi vida cambió por completo y he podido conocer el poderío de Dios a través de todo este tiempo, pues Él ha sido y es fiel. Hoy en día soy pastor de una Iglesia en el norte del Perú, y tengo una familia que ama la obra de Dios y estamos a su servicio.

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