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CONOCEMOS NUESTRO PATRIMONIO EVANGELICO?

Por Mario Fumero

La nueva generación de cristianos que se han levantado dentro de las iglesias evangélicas modernas ignoran por completo los sufrimientos, avatares, luchas y martirio que sufrieron muchos cristianos en las centurias pasadas. Si examinamos detenidamente la historia del cristianismo desde el año 324 hasta el 1517 d.C, descubriremos que la Palabra de Dios quedo marginada, dando lugar a doctrinas y dogmas de hombres, y por la carencia de no tener una Biblia como fundamentada de fe, miles y quizá millones de personas murieran a lo largo este milenio por buscar una verdad oculta, y cuando era descubierta las huestes de Satán arremetieron contra ellos causando muerte, tortura y exterminio a todos aquellos que no aceptaran los dictámenes de Roma.

Nuestros jóvenes ignoran los mártires de España y el norte de Europa víctimas de la Inquisición y la contrarreforma. Nuestros jóvenes ignoran los mártires que en la Edad Media fueron martirizados y muertos por no aceptarán la autoridad del Papa de Roma y querer leer la Biblia. Esta fue la etapa del oscurantismo medieval. ¿Cuántos conocen la triste historia del científico Galileo Galilei? Fue sentenciado por la inquisición y encarcelado por el simple hecho de afirmar que la tierra se movía, contradiciendo la inefabilidad Papal (1642). También Juana de Arco (1431) fue quemada viva por la inquisición acusándola de bruja, al afirmar que tuvo una revelación de Dios, después de cometer tal latrocinio, la Iglesia Católica la convirtió en Santa.

¿Cuánto de nuestros jóvenes conocen la historia de Juan Huss, defensor de la Sagrada Escritura y que fue quemado vivo en Bohemia en el año 1415 d.C. por proclamar la verdad Bíblica? ¿Cuantos mártires fueron asesinados, quemados, torturados, por el simple hecho de tener una Biblia, la cual era condenada por la iglesia que se opuso al movimiento protestante que nació con Martín Lutero en el 1517? ¿Conoce nuestra generación la historia del monje Martín Lutero y su enfrentamiento al poder del Vaticano? ¿Cantamos en nuestras iglesias los himnos clásicos que nacieron de una experiencia profunda, como el que hizo Martín Lutero la noche antes de ser juzgado por sus escritos, y el cual se intitula “CASTILLO FUERTE ES NUESTRO DIOS”?

Somos conscientes del sufrimiento de los primeros misioneros que llegaron a Honduras, los cuales bajo amenazas, sufrimientos, pobreza, persecución, nos legaron la Palabra de Dios, despertando la conciencia de un pueblo que abrazo el evangelio, y que tristemente desconocía la verdad Bíblica. Hoy estamos invadidos de iglesias evangélicas en todo el país, muchas de ellas, tristemente, no protestan por nada, ignorando las causas por la cual nos llamaron irónicamente “protestantes”.

¿Por qué nos llamaron protestantes? Porque se protestó contra el abuso clerical, la explotación de la fe y el mercantilismo religioso. Hoy día ciertos sectores de la iglesia evangélica está repitiendo la misma historia contra la cual Lutero se enfrentó, “el mercantilismo religioso”. Es por ello que debemos reconocer la historia para no repetir los mismos errores de la Iglesia Católica Romana en la Edad Media, en donde por medio de dadivas se podía comprar la salvación, el perdón y el cielo, ofreciéndole a la gente una salvación sin Fe y sin Jesucristo.

Uno de los grandes males de nuestros tiempos es tratar de forjar un futuro, viviendo el presente, pero ignoran del pasado. Es por ello que la iglesia evangélica en muchos sectores hace mercadería con la salvación y enfatizan más el “dar” que el “recibir”. Proclaman más el “tener” que el “ser”. Hoy día necesitamos hombres que como Martín Lutero se levanten para proclamar que el hombre y la mujer se salvan por la fe en Jesucristo y no por pactos, ofrendas, diezmos, unciones y otras tantas ondas que no nacen de los principios Bíblicos proclamados por las Sagradas Escrituras, sino que proceden de una pila de lobos vestido de oveja que diezman la menta, el eneldo y el comino (Mateo 23:23) de los ignorantes de la Palabra y de la historia.

Volvamos nuestros ojos al pasado. Busquemos nuestras raíces de la identidad evangélica, conociendo la reforma protestante. Desempolvemos los himnarios, y hagamos una exégesis teológica de esos himnos que no nacieron con un propósito mercantil, sino como fruto de una experiencia profunda, vinculada al sufrimiento y la grandeza de un Dios que nos defiende en los momentos difíciles de nuestra vida, cuando somos conscientes de nuestras raíces y de nuestro fundamento histórico.

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