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LOS OLVIDADOS DE LA REFORMA

Cristián Sepúlveda Irribarra

“Otros experimentaron insultos y azotes, y hasta cadenas y prisiones. Fueron apedreados, aserrados, tentados, muertos a espada. Anduvieron de aquí para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras; destituidos, afligidos, maltratados (de los cuales el mundo no era digno), errantes por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas de la tierra” (Hebreos 11:36–38).

Para entender de una manera completa el proceso iniciado por la Reforma Magisterial e incluso la Radical, es necesario que echemos un vistazo a sus antecedentes. Estos no solo se circunscriben a los años previos de la Reforma Protestante en el siglo XVI; sus raíces las podemos proyectar hasta procesos históricos que surgieron alrededor del siglo XII.

Estos movimientos previos a la Reforma fueron diversos, liderados por eruditos, predicadores, e incluso algunos tuvieron raíces populares. Tal como sugiere el conocido historiador de la iglesia J. Lortz: “Estos movimientos constituyeron el núcleo de una religiosidad auténtica, latente bajo el «exteriorismo» al que nos hemos referido, pero también fueron preanuncios y síntomas de la violenta revolución inminente, indispensables, por tanto, para comprender adecuadamente la Reforma” (J. Lortz, 1965).

Cabe señalar que tanto los movimientos como los personajes que mencionaremos no necesariamente fueron entera y estrictamente reformados, sino que su bandera de lucha común fue manifestarse en contra de algunas prácticas y doctrinas de la Iglesia imperante.

Una mirada a la Edad Media:

Durante la Edad Media, la Iglesia paulatinamente comenzó a vivir una serie de procesos que la llevaron directamente a la corrupción moral y mundanalidad. Parecía que los fundamentos apostólicos comenzaban a ser olvidados progresivamente. En este contexto surgieron una serie de movimientos disidentes y personajes que hicieron notar la necesidad de reformar la Iglesia para librarla del debacle moral. Estos son algunos de los que podemos destacar:

Los albigenses (siglo XII): Considerados herejes, se opusieron a la doctrina del purgatorio y a la adoración de imágenes. Además, fomentaron la pobreza como estilo de vida. Tenían algunas doctrinas extrañas, entre ellas el rechazo al Antiguo Testamento. Fueron perseguidos y arrasados en una cruzada.

Los flagelantes (siglo XIII): Estos castigaban sus cuerpos en penitencia por sus pecados, propusieron un camino a la salvación separado a los sacramentos de la Iglesia.

Pedro de Bruys (circa 1130): Fue un predicador del sur de Francia que negaba el bautismo de infantes y rechazaba la idea de la presencia física de Cristo en la Cena del Señor. Su enseñanza más importante fue la fe personal en Cristo como único medio de salvación. Fue quemado vivo.

Enrique de Lausana (circa 1149): Fue discípulo de Pedro Bruys; era un ex-monje y predicó la vida ascética (pobreza y penitencia). Se opuso a los clérigos corruptos, y no estaba de acuerdo con los diezmos y ofrendas. Fue arrestado y murió poco después.

Arnaldo de Brescia (circa 1100): Estaba en contra de las riquezas y del poder político del clero, y abogaba por volver a la austeridad. Fue quemado en la hoguera.

Pedro Valdo y los valdenses (circa 1140): Fue un rico comerciante francés que dio su dinero a los pobres y se dedicó a la predicación. Sus ideas más importantes se resumen en que la Biblia era la única regla de fe y práctica.

Negaba el purgatorio y los méritos de los santos. Defendía la predicación laica. Según se cuenta, se exilió a Bohemia, en donde terminó sus días. A su muerte sus seguidores, conocidos como los valdenses, difundieron sus postulados, fueron excomulgados en 1184 y expulsados de las diócesis. Posteriormente, llegaron como misioneros al sur de Alemania, Suiza, Francia, y España. Se cree que posteriormente se unieron al movimiento calvinista.

Beguinas (fines del siglo XII): Aunque no existen muchos antecedentes históricos de este movimiento, sabemos que eran mujeres que dedicaban su vida a la ayuda a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, interpretaban y predicaban las Sagradas Escrituras en su lengua materna. Fueron perseguidas e incluso quemadas.

Jerónimo Savonarola (1452): Monje dominico que predicó contra la corrupción de la Iglesia y de los líderes políticos. Su mensaje era un llamado al arrepentimiento y a dejar la inmoralidad. Fue torturado y murió colgado por hereje y carismático.

Hans Bohn (1458): Un gran predicador. Según J. González, sus seguidores pasaban de cincuenta mil. Atacaba la pompa, los lujos, y la corrupción del clero. Fue quemado como hereje.

¿Es el mundo digno de nosotros?

En Hebreos 11, el autor ofrece una serie de ejemplos de creyentes que vivieron sujetos a la fe confiando plenamente en la Palabra de Dios a pesar del altísimo precio que tuvieron que pagar. Cuando llegamos al verso 38, se destaca la siguiente hermosa frase: “de los cuales el mundo no era digno”. Sin duda, el mundo tampoco era digno de estos mártires que lucharon para forjar un regreso a la autoridad suprema de las Escrituras y legarnos un evangelio sin mácula. Fueron masacrados, perseguidos, y condenados a muertes lentas y dolorosas.

Frente a esto, me planteo la siguiente pregunta: ¿Es el mundo digno de nosotros?

La obra redentora de Jesucristo nos hace acreedores de esta fe, la cual viene por la gracia de Dios derramada en nosotros. Esto nos capacita a estar sujetos a las verdades bíblicas que han sido proclamadas durante siglos, y ser fieles a este legado espiritual e histórico que costó la vida a tantos creyentes.

Aquí hablamos de un legado que se valida en la medida que nos volvemos a las verdades fundamentales y adherimos a los principios que perseguían estos y los posteriores movimientos reformistas bajo la Reforma Magisterial. Estos principios respondían a la acción de volver a las Sagradas Escrituras y redescubrir el evangelio de Jesucristo, tal cual fue proclamado por nuestro Señor.

Ad portas del cumplimiento de los 500 años de la Reforma Protestante el próximo año, debemos reflexionar en torno a una nueva reforma de nuestras iglesias, de tal manera que la vida y obra de Jesucristo se vea enteramente reflejado en lo que predicamos y hacemos.

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