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EL AMOR POR LAS ALMAS. “¡DAME HIJOS O MUERO!” - POR LEONARD RAVENHILL

Yo os engendré mediante el Evangelio.

~ Pablo

¡Oh hermano, ora! A pesar de Satanás, ora. Emplea horas en oración. Antes descuida a los amigos que el orar. Mas bien ayuna y piérdete el desayuno, el almuerzo, el té, la cena – el sueño – antes que descuidar la oración. Y no debemos hablar acerca de la oración, debemos orar con vehemencia. El Señor está cerca. El viene calladamente mientras las vírgenes duermen.

~ Andrés A. Bonar

Pasaron siete años … antes que Carey bautizara el primer convertido en la India. … antes que Judson ganara el primer convertido en Birmania. … que Morrison trabajó antes que el primer chino viniera a Cristo. … Moffat declara que esperó para ver la primera evidencia del mover del Espíritu Santo sobre los Bechuanas en Africa. … antes que Henry Richards trajera el primer convertido en Banza Manteka.

~ A. J. Gordon

Oración-la sangre del alma

~ George Herbert

“¡DAME HIJOS O MUERO!”

-POR LEONARD RAVENHILL-

El avivamiento es imperativo porque las compuertas del infierno se han abierto sobre esta degenerada generación. Necesitamos (y decimos que queremos) avivamiento. Sin embargo, los cristianos elegantes y superficiales del presente quisieran el Cielo abierto y el avivamiento servido como por una máquina expendedora de gaseosas. Pero Dios no ha mecanizado su glorioso poder para adaptarlo a nuestro calendario religioso.

“Deseamos que venga el avivamiento a nosotros como vino en las Hébridas,” dijo hace poco un pastor. Pero, ¡hermanos! ¡el despertamiento no vino a las islas de Escocia por sólo desearlo! Los cielos fueron abiertos y el gran poder de Dios sacudió aquellas islas porque, “frágiles hijos del polvo… santificaron un ayuno y convocaron a solemne asamblea” y esperaron con lágrimas, cansancio y dolores de parto ante el trono del Dios vivo.

Esa visitación vino porque Aquel que buscó una virgen para engendrar Su Hijo Amado, halló un pueblo de pureza virginal en aquellas almas de visión y pasión ardiente. Ellos tenían un solo motivo al orar.

Ninguna petición fue manchada por la necesidad de salvar la cara a alguna denominación decadente. Su ojo era sencillo, deseando sólo la gloria de Dios. No les movía la envidia de otro grupo que les sobrepasara en crecimiento, sino que estaban celosos por Jehová de los Ejércitos, cuya gloria estaba en el polvo, “las murallas arruinadas y las puertas consumidas con fuego.”

Para atraer el mover del Espíritu Santo, una iglesia evangélica, basada en la Biblia no basta. Amados, tenemos miles de iglesias así alrededor del mundo.

Una señorita de diecisiete años y un joven de la misma edad pueden ser padres, y hasta pueden estar casados legalmente, pero, ¿justifica esto el engendrar? ¿Tendrán seguridad financiera para cubrir las necesidades? ¿Son mentalmente maduros para guiar ese niño en el camino que debe andar? El avivamiento moriría en una semana en algunas de nuestras iglesias “bíblicas”, pues, ¿Dónde están las madres en Israel para cuidar a los recién nacidos? ¿Cuántos de nuestros creyentes son capaces de guiar un alma de las tinieblas a la luz de Cristo? Sería tan lógico tener nacimientos espirituales en la condición en que están algunas iglesias como poner un bebé en manos de un retrasado mental.

El nacimiento de un hijo natural es precedido por meses de carga y días de dolor. Así es el nacimiento de un hijo espiritual. Jesús oró por Su Iglesia, pero para lograr su nacimiento espiritual se entregó a la muerte. Pablo oraba “noche y día… con vehemencia” por la iglesia; y además estaba con dolores de parto por los pecadores. Fue “Cuando Sión estuvo de parto que engendró hijos.”

Aun cuando los predicadores claman semana tras semana: “Tenéis que nacer otra vez,” ¿cuántos pueden decir con Pablo: “Aunque tuviereis diez mil ayos en Cristo, no tenéis muchos padres, pues yo os engendré en Cristo Jesús por la palabra verdadera del Evangelio”?

Así, los engendró en la fe. No dice que oró meramente por ellos, sino implica que estuvo de parto por ellos. Si durante el último siglo los alumbramientos físicos hubieran sido tan escasos como los nacimientos espirituales, la raza humana casi se habría extinguido. “Debemos orar para vivir la vida cristiana,” decimos; cuando la verdad es que debemos vivir la vida cristiana para orar.

“Si estuviereis en Mí…, pedid” (o sea, orad). Ya sé que “pedir” incluye solicitar a Dios la salvación de nuestros amados. Pero orar es más que pedir. Orar es ciertamente ponernos bajo el dominio del Espíritu Santo a fin de que El pueda obrar en y por nosotros.

En el primer capítulo del Génesis vemos que cada cosa con vida producía fruto según su especie. Del mismo modo, ¿no tendría cada alma regenerada que traer otras almas a luz?

A los evangelistas se nos atribuyen muchos éxitos que no son realmente nuestros. Hay una mujer en Irlanda que ora horas enteras. Cada día ora por este pobre tartamudo. Otros me dicen: “No pasa un día que no interceda ante el trono de Dios por usted.”

Estos cristianos han engendrado muchas almas que se me atribuyen a mí, mientras que muchas veces yo no soy sino la partera de tales nacimientos espirituales. En el juicio nos sorprenderemos de ver grandes galardones ir a discípulos desconocidos. A veces pienso que los predicadores que atraemos los ojos del público estaremos entre los menos recompensados. Por ejemplo, conozco hombres que predican hoy sermones que predicaron veinte años atrás, que ya no traen vida.

Estos predicadores años atrás oraban. Uno me dijo: “Es cierto, hermano, ahora no oro tanto como lo hacía antes, pero el Señor comprende.” ¡Ay! ¡El comprende!… pero no nos excusa por estar más ocupados que lo que El quiere que estemos.

Es verdad que la ciencia ha aliviado algunos de los sufrimientos que nuestras madres conocieron al dar hijos al mundo, pero la ciencia nunca podrá acortar los largos meses de embarazo. Del mismo modo, nosotros los predicadores hemos hallado medios más fáciles de conseguir que la gente venga al altar para salvación o para ser llenos del Espíritu Santo.

Para la salvación se permite a la gente que sólo levante la mano, y “listo,” los gemidos al pie del altar son eliminados. Para ser llenos del Espíritu Santo -se dice a la gente- “solo ponte de pie donde estás y el evangelista orará por ti y serás lleno.” ¡Qué vergüenza! Hermano, antes que el milagro tenga lugar, verdadero avivamiento y nacimiento de almas todavía demandan dolores de parto. La venida de un bebé al mundo incomoda el cuerpo de la madre. Así el crecimiento del “cuerpo” de un avivamiento y la agonía de intercesión incomoda la iglesia.

La futura madre siente más y más la carga a medida que se acerca el tiempo del nacimiento ( a menudo pasando horas de desvelos y lágrimas.) Así, las lámparas del santuario han de quemar a medianoche mientras intercesores angustiados derraman sus almas cargando la iniquidad de una nación. La futura madre, a menudo, pierde el deseo de comer, y por amor al que ha de nacer se niega ciertas cosas. Así, la negación de comida y un amor que consume se apodera de los creyentes, que se avergüenzan de la esterilidad de la iglesia.

Cuando las mujeres están embarazadas, a medida que se acerca el alumbramiento, se ocultan de las miradas públicas. (Así, por lo menos, lo solían hacer.) Del mismo modo, los que conocen dolores de parto en el alma se ocultan de la publicidad y buscan el rostro del Dios santo. Es evidente que Jacob amaba a Raquel mucho más que a Lea; sin embargo, la “mujer dichosa” era Lea, porque ella tenía hijos.

Considera cómo Jacob sirvió catorce años por Raquel; sin embargo, aquella espléndida devoción no fue ningún consuelo para la mujer herida de esterilidad. Sin duda, Jacob demostró su amor cargándola de joyas como era costumbre en aquellos días; pero las fruslerías externas no la consolaban, y aunque Raquel era hermosa de vista, su esterilidad no hallaba compensaciones en su hermosura o en la admiración de otros.

La terrible verdad era que Lea tenía cuatro sonrientes niños alrededor de sus faldas, pero de la estéril Raquel se burlaban hombres y mujeres. Puedo imaginarme a Raquel-con los ojos rojos de llorar, más que los ojos de Lea jamás estuvieron, con su cabello desordenado, con su voz ronca por el gemir- viniendo ante Jacob, disgustada por su esterilidad, humillada por la desesperación de su condición, llorando con un grito penetrante:

“¡Dame hijos, o si no, me muero!” (Génesis 30:1). Este grito desgarraba el corazón de Jacob como una espada desgarraría su carne.

Para espiritualizar esto diremos que su oración no era de rutina, sino de desesperación, pues había sido presa del dolor, pasmada de vergüenza y humillada por su esterilidad.

Predicador, si tu alma es estéril, si las lágrimas están ausentes de tus ojos, si los convertidos están ausentes de tu altar, ¡no te conformes con tu popularidad! ¡rehusa el consuelo de tus títulos o de los libros que hayas escrito! Sincera pero apasionadamente, invita al Espíritu Santo a inundar tu corazón de dolor porque eres espiritualmente incapaz de traer hijos. ¡Oh, el reproche de nuestros altares estériles! ¿Crees que el Espíritu Santo se deleita en nuestros órganos eléctricos, nuestros pasillos alfombrados, nuestras nuevas decoraciones, si la cuna está vacía? ¡De ningún modo!

¡Oh, que el silencio de muerte del santuario pueda ser roto por el bendito grito de recién nacidos!

No hay reglas fijas para el avivamiento. Aunque los bebés nacen en todas partes por el mismo proceso, ¡cuán diferentes son entre sí! ¡No hay copias exactas! Por el mismo proceso de dolor de alma y oración insistente y carga por la esterilidad se han producido todos los avivamientos en todas las edades. Pero ¡cuán diferentes han sido los avivamientos entre sí!

A Jonathan Edwards no le faltaban congregaciones, y no tenía apuros financieros, pero el estancamiento espiritual le aterrorizaba.

La vergüenza de la falta de conversiones doblegó sus rodillas y golpeó su espíritu de tal modo que su alma herida se aferró al trono de gracia en silencioso gemir hasta que el Espíritu Santo vino sobre él. La Iglesia y el mundo conocen la respuesta de sus victoriosas vigilias.

Los votos que hizo, las lágrimas que derramó, los gritos que salieron de su boca, todo está escrito en el libro las crónicas de las cosas de Dios.

Del mismo modo Zinzendorf, Wesley, etc. que fueron sus parientes espirituales, (pues hay una aristocracia del Espíritu como la hay de la carne.) Tales hombres desprecian todos los honores y buscan tan sólo ser honrados por el Espíritu Santo.

Las historias políticas y militares se desarrollan alrededor de simples individuos. La historia está tapizada con nombres de hombres que se invistieron de poder de una manera u otra y muchas veces hicieron temblar el mundo. Piensa en el genio maléfico de Hitler. ¡Cuántos reyes destronó, cuántos gobiernos derribó, cuántos millones de tumbas llenó! Fue para nuestra edad un azote mayor que diez plagas.

La Biblia dice que en los últimos días, cuando hombres impíos obran impíamente, “el pueblo que conoce a su Dios se levantará y hará proezas.” No los que cantan acerca de Dios ni los que escriben y predican acerca de Dios, sino los que conocen a su Dios, serán fuertes y harán proezas.

El hablar acerca de comida no llena el estómago, ni el hablar de ciencia hace sabios; ni el hablar de Dios significa que las energías del Espíritu Santo están con nosotros. Hacemos bien en contemplar el hecho de que el avivamiento viene como resultado de una sección de la iglesia limpiada, humillada e inclinada en súplicas e intercesión.

Una iglesia que ve su generación presa de la falsa religión y le enferma la visión de los millones que perecen; entonces espera… quizás días, semanas y aún meses, hasta que el Espíritu mueve sobre ella y los cielos se abren con la bendición de avivamiento.

Las mujeres de la Biblia que habían sido estériles fueron las que trajeron los hijos más nobles: -Sara, estéril hasta los noventa años, engendró a Isaac. -Raquel, cuyo doloroso grito: “¡Dame hijos o muero!” fue atendido, engendró a José, quien libró la nación. -La mujer de Manoa dio a luz a Sansón, otro libertador de su nación. -Ana, un alma quebrantada, sollozando en el santuario, haciendo votos y continuando en oración ignoró, el reproche de Elí, derramó su alma y recibió su respuesta en Samuel, que vino a ser el profeta de Israel. -La estéril viuda, Rut, halló misericordia y dio a luz a Obed, quien engendró a Isaí, el padre de David, de cuya descendencia vino nuestro Salvador. -De Elisabet, estéril por muchos años, vino Juan el Bautista, de quien Jesús dijo que no ha habido otro profeta más grande entre los nacidos de mujer. Si la vergüenza de la esterilidad no se hubiese apoderado de estas mujeres, ¡qué hombres poderosos habría perdido la historia!

Como el niño concebido pronto se mueve dando señales de vida, así es con el avivamiento. En el siglo XVI, Knox se hizo eco del grito de Raquel clamando, “¡Dame Escocia o me muero!” Knox murió; pero mientras Escocia viva Knox vivirá. Zinzendorf tuvo gran dolor y vergüenza por el estado infructífero y sin amor de los moravos. Fue derretido y motivado por Espíritu Santo hasta que, repentinamente, descendió el avivamiento cerca de las once de la mañana el miércoles 13 de agosto de 1727.

Así comenzó el avivamiento moravo donde nació una reunión de oración que duró cien años. De aquella reunión vino un movimiento misionero que alcanzó los fines de la tierra.

La Iglesia de nuestros días debería estar preñada de apasionada propagación, mientras a menudo su mensaje es solo una pálida propaganda. Sin duda, los métodos de dar a luz han cambiado con los adelantos de la ciencia; pero decimos otra vez que la ciencia, amada por los doctores, no puede acortar los nueve meses de embarazo.

Hermanos, somos vencidos por el elemento tiempo. El predicador y la iglesia, demasiado ocupados para orar, están más ocupados de lo que el Señor quiere. Si le diéramos tiempo a Dios El nos daría almas eternas.

Si reconocemos nuestra impotencia espiritual e invocamos Su nombre, El hará brillar nuestra luz como la luz del medio día.

La iglesia tiene montones de consejeros, pero, ¿dónde están los que agonizan? Las iglesias, que se alaban por un récord de alta asistencia, quizás tengan que admitir un récord de niveles bajos en nacimientos espirituales.

Podemos acrecentar nuestras iglesias sin acrecentar el Reino. (Conozco una familia en la cual todos los hijos son adoptados. Muchos de nosotros, los predicadores, tenemos más hijos adoptivos que nacimientos.)

El enemigo de la multiplicación es el estancamiento. Cuando los creyentes sin frutos nos sintamos apesadumbrados y la esterilidad espiritual nos angustie, entonces palpitaremos con santo temor y oraremos con santo fervor y produciremos con santa fertilidad.

En el almacén de Dios no hay “días de liquidación;” el precio del avivamiento es siempre el mismo: dolor de parto.

¡Esta raza arruinada requiere un avivamiento!

Estoy consciente de que hay quienes en su somnolencia se vuelven a la soberanía de Dios diciendo: “Cuando El quiera darnos un avivamiento, el avivamiento vendrá.” Esto es tan sólo media verdad. ¿Queremos decir que Dios está complacido de que ochentitrés personas por minuto mueran sin Cristo? ¿Hemos descendido a creer que el Señor quiere que muchos perezcan? ¿Nos atrevemos a decir, lo que es poco menos que blasfemia, que cuando Dios decida levantar Su pie y esparcir a Sus enemigos vendrá la visitación? ¡De ningún modo!. Citaparte de un versículo y harás decir a la Biblia lo que quieras. Por ejemplo: “Dios es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos.” Termina el versículo aquí y significa que “Dios puede hacerlo, pero por ahora, no se molesta en hacerlo.” Este versículo, mal citado, deja la falta de avivamiento en las gradas del trono de Dios. Pero termina el texto: “El es poderoso para hacer… según el poder que obra en nosotros,” y significa que el canal está bloqueado.

Significa que Dios no puede alcanzar a nuestra generación por causa de la falta de poder que hay en la iglesia. Así, la falta de avivamiento es nuestra falta. Finney dijo: “Dios es un avivamiento listo a desbordarse,” por lo tanto podemos tenerlo “según el poder que obra en nosotros,” porque recibiremos poder cuando haya venido sobre nosotros el Espíritu Santo. Este no es poder simplemente para hacer milagros, pues antes de Pentecostés los discípulos hicieron milagros y echaron demonios. No es solamente poder para organizar, poder para predicar, poder para traducir las Escrituras, poder para entrar en nuevos territorios para el Señor. Todo esto es bueno. Pero ¿tenemos poder del Espíritu Santo, poder que restringe el poder del diablo, poder que derriba fortalezas, poder que obtiene las promesas de Dios?

Innumerables seres sin el conocimiento de salvación serán condenados si no han sido librados del dominio del diablo. ¿Qué temor puede tener el infierno que no sea una iglesia ungida y poderosa en la oración?

Queridos hermanos, desechemos todas las trivialidades.

Olvidémonos de las políticas denominacionales y entreguémonos continuamente a la oración y al ministerio de la Palabra, “pues la fe viene por el oír.”

Avergonzados ante la impotencia de la Iglesia y el monopolio que ejerce el diablo, ¿no clamaremos con espíritus angustiados, diciendo de corazón:

“¡Dame hijos o me muero!” Amén.

Este es un articulo tomado de Ravenhill en Español y corresponde al capitulo 16 de el libro: “Porque no llega el avivamiento” escrito por Leonard Ravenhill.

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