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Rompiendo con Roma, Viniendo a Cristo

Durante siglos, los pastores y exegetas fieles han derramado mucha tinta sobre la necesidad del rompimiento del cristianismo de Roma. Podríamos hablar de errores, por ejemplo, de la doctrina de Roma de los santos al celibato; desde María hasta la misa; desde las indulgencias hasta la inspiración; desde el purgatorio hasta el papado. Pero, hay una simple razón por la que viniendo a Cristo requiere romper con Roma.

El apóstol de la gracia lo resume:

“Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes, también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema.” (Gálatas 1:8-9)

Trágicamente, Roma enseña un evangelio contrario. Su doctrina dice lo siguiente en el Canon 30 del Capítulo 16 del Concilio de Trento:

“Si alguno dice que, después de recibir la gracia de la Justificación, a todo pecador penitente se le remite la culpa, y la deuda del castigo eterno se borra de tal manera que no queda ninguna deuda de castigo temporal descargado en este mundo, o en el siguiente en el Purgatorio, antes de que se pueda abrir la entrada al reino de los cielos; Que sea anatema.”.

En otras palabras, si usted cree que Dios declara a un pecador permanentemente justo y perdonado para siempre de todo pecado basándose únicamente en la fe en Cristo, con el resultado de que no hay más castigo por el pecado, entonces Roma lo considera maldito.

¿Cómo encaja esto con el evangelio bíblico?

“ Porque concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley.” (Romanos 3:28).

“ Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).

“….. no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe, " (Fil. 3: 9).

El catolicismo romano enseña un evangelio contrario al de la Escritura. Ella propone un camino al cielo que conduce al infierno; un camino de perdón que conduce a la condenación; un camino de justicia que hace a uno culpable; un camino de salvación que deja a uno perdido. La Escritura enseña que la justicia es acreditada por Dios al pecador basándose únicamente en la fe en Cristo. Roma enseña que la justicia es acreditada por Dios al pecador sobre la base de la fe más las obras.

No se equivoquen, el evangelio de Roma está basado en las obras. Todo su sistema lo declara así. La doctrina del purgatorio declara una justicia basada en las obras: las almas necesitan una posterior expiación por el pecado después de la muerte. La doctrina de la eucaristía declara una justicia basada en las obras: el rescate semanal de Cristo en la misa se convierte en algo meritorio. La doctrina de los santos declara una justicia basada en las obras: sólo los santos tienen plena seguridad del cielo. Las reliquias de Roma, las indulgencias y los años del Jubileo también declaran un sistema basado en las obras. Por ello, Roma todo su sistema se califica como "maldito".

El catolicismo romano es un sistema de justicia basada en las obras, y por lo tanto, una religión falsa. Es una religión totalmente separada del cristianismo bíblico. La cuestión fue resuelta hace 500 años.

El pueblo de Dios debe reconocer a Roma por lo que es; una ofensa blasfema al Señor Jesucristo. Para los cristianos indicar de otra manera a los católicos es una violación extrema del amor. La eternidad está en juego. Debemos ser claros: para que un alma sea salva, deben huir de Roma. Venir a Cristo significará romper con Roma.

Hace quinientos años, el Dios del universo orquestó la Reforma para rescatar el evangelio salvador de Roma. La luz resplandeciente de la gracia de Dios brilla en la oscuridad. Les rogamos a los católicos que reciban el don gratuito de la justificación por la fe solamente en Cristo.

" Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, muerto en la carne pero vivificado en el espíritu” ( 1 Ped. 3:18).

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