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La Noche que Spurgeon escuchó el Evangelio (su testimonio personal)

En mi conversión, el punto mismo en hacer el descubrimiento de que no tenía nada que hacer sino mirar a Cristo, y sería salvado. Pienso que yo había sido un muy buen y atento oyente; mi impresión acerca de mí mismo era que nadie jamás escuchó mejor que lo que yo lo hacía. Durante años, como un niño, procuré aprender el camino de la salvación; y, o no lo oí publicarse, lo cual pienso que de ninguna manera pudo ser el caso, o si no, estuve espiritualmente ciego y sordo, y no pude verlo y no pude oírlo; pero las buenas nuevas de que yo, como un pecador, debía dejar de mirarme para mirar a Cristo, me sorprendieron tanto, y me vinieron tan frescas a mí, como una noticia que jamás oí en mi vida. ¿Nunca había leído mi Biblia? Sí, y la leía seriamente. ¿Nunca fui enseñado por personas cristianas? Sí, lo fui, por mi madre, y mi padre, y otros. ¿No había oído el Evangelio? Sí, creo que lo había oído; y sin embargo, de alguna manera, era como una nueva revelación para mí que yo debía 'creer y vivir'. Reconozco que fui instruido en la piedad, puesto en mi cuna por manos piadosas, y arrullado para dormir con canciones concernientes a Jesús; pero después de haber oído continuamente el evangelio, con línea sobre línea, precepto sobre precepto, mucho aquí y allí, sin embargo, cuando la Palabra del Señor vino a mí con poder, eso fue como si yo hubiese vivido entre las tribus de África central no descubiertas, y nunca hubiese oído las nuevas de la fuente purificante llena con sangre, extraída de las venas del Salvador.

Cuando por primera vez, recibí el evangelio para la salvación de mi alma, pensé que nunca lo había oído realmente antes, y comencé a creer que los predicadores a quienes había escuchado no lo predicaron verdaderamente. Pero, al mirar atrás, me inclino a creer que había escuchado el evangelio predicado completamente muchos cientos de veces antes, y que ésta fue la diferencia, — que entonces lo oí como si no lo oyera, y cuando lo oí verdaderamente, el mensaje no pudo ser algo más claro en sí mismo que lo que lo había sido en tiempos anteriores, pero el poder del Santo Espíritu estuvo presente para abrir mis oídos, y guiar el mensaje a mi corazón... [Como tal vez estuvo presente también antes, pero aquí Spurgeon alcanzó a responder a su llamado, porque Dios puede llamar por su Espíritu muchas veces a un pecador hasta que éste le responde, (Hebreos 3:7,6; Lucas 13:34 2 Corintios 6:1,2), aunque como veremos a continuación, Dios lo hizo aquí en forma muy poderosa por medio de la predicación de su Palabra].

A veces pienso que podría haber estado en tinieblas y desesperanza hasta ahora si no hubiera sido por la bondad de Dios en enviar una tormenta de nieve, una mañana de Domingo, mientras estaba yendo a cierto lugar para adorar. Cuando no pude seguir adelante, doblé en una calle lateral, y llegué a un pequeño Templo Metodista Primitivo. En ese recinto puede haber habido una docena o quince personas. Había escuchado acerca de los Metodistas Primitivos, de como cantan tan sonoramente que provocan dolor de cabeza a la gente; pero eso no me importó a mí. Yo quería saber cómo podría ser salvado, y si ellos podían decirme eso, no me preocupaba cuanto dolor de cabeza podrían producirme. El ministro no fue esa mañana; supongo que fue impedido por la nieve. Finalmente, un hombre muy delgado, un zapatero, o sastre o algo por el estilo, subió al púlpito para predicar. Ahora, es bueno que los predicadores sean instruidos; pero este hombre era verdaderamente simple. Él estuvo obligado a apegarse a su texto, por la simple razón de que él tenía muy poco más para decir. El texto era, —

'MIRAD A MÍ, Y SED SALVOS, TODOS LOS TÉRMINOS DE LA TIERRA' [Isaías 45:22].

Él ni siquiera pronunciaba las palabras correctamente, pero eso no importaba. Había, pensé, un vislumbre de esperanza para mí en ese texto. El predicador comenzó así: — 'Mis queridos amigos, este es un texto muy simple verdaderamente. Éste dice, "Mirad". Ahora bien, mirar no requiere un montón de esfuerzos. Esto no es alzar su pie o su dedo; es sólo, "Mirar". Bien, un hombre no necesita ir a la universidad para aprender a mirar. Usted puede ser el tonto más grande, y sin embargo puede mirar. Un hombre no necesita mil años para ser capaz de mirar. Cualquiera puede mirar; incluso un niño puede mirar. Pero luego el texto dice, "Mirad a mí". ¡Ay! dijo él, con la pronunciación característica de Essex 'muchos de ustedes están mirando a sí mismos, pero no hay provecho en mirar allí. Nunca encontrarán bienestar alguno en ustedes mismos. Algunos miran a Dios el Padre. No, miren a Él más tarde. Jesucristo dice, "Mirad a mí". Algunos dicen, "Debemos esperar el obrar de su espíritu". Usted no tiene nada que hacer con eso ahora mismo. Mire a Cristo. El texto dice, "Mirad a Mí".'

Entonces el buen hombre continuó con su texto en esta manera: — 'Mirad a Mí; yo estoy sudando grandes gotas de sangre. Mirad a Mí, estoy colgado en la cruz. Mirad a Mí; estoy muerto y enterrado. Mirad a Mí; yo me levanté de nuevo. Mirad a Mí; ascendí al Cielo. Mirad a Mí; estoy sentado a la diestra del Padre. ¡Oh pobre pecador, mira a Mí! ¡Mira a Mí!'

Cuando él había llegado hasta ese tramo, y logrado extenderse unos diez minutos, estaba al fin de sus recursos. Entonces miró hacia la galería, y me animo a decir que con tan pocos presentes, él sabía que yo era un extraño. Fijando sus ojos justo en mí, como si conociera todo mi corazón, dijo, 'Joven muchacho, luces muy miserable'. Bien, ciertamente que era sí, pero antes no había acostumbrado recibir comentarios desde el púlpito sobre mi apariencia personal. Sin embargo, este fue un buen golpe, dado justo en el punto. Él continuó, 'y tú siempre serás miserable — miserable en la vida, y miserable en la muerte — , si no obedeces mi texto; pero si obedeces ahora, en este momento, serás salvado.' Entonces levantando sus manos, él exclamó, como sólo un Metodista Primitivo podía hacer: 'Joven, mira a Jesucristo. ¡Míralo! ¡Míralo! ¡Míralo! No tienes otra cosa que hacer sino mirar y vivir.'

Inmediatamente vi el camino de la salvación. No sé que más dijo él, — no presté atención a eso —, yo estaba tan obsesionado con aquel único pensamiento. Como cuando la serpiente ardiente fue levantada, la gente sólo miraba y era sanada, así era conmigo. Yo había estado esperando tener que hacer cincuenta cosas, pero cuando oí esa palabra, '¡Mira! ¡qué cautivante palabra me pareció ésta a mí! ¡Oh! Yo miré hasta que casi pude tener salidos mis ojos. Allí y entonces la nube se fue, la oscuridad se esfumó totalmente, y en ese momento vi el sol; y podía haber vitoreado en ese instante, y cantado con los más entusiastas de ellos, de la preciosa sangre de Cristo, y de la simple fe que mira sólo a Él. Oh, que alguien me hubiera dicho esto antes, 'Confía en Cristo, y tú serás salvo.' ...

No es que todos puedan recordar el día y hora exactos de su liberación; pero, como Richard Knill dijo, 'En cierto momento del día, sucedió el sonar de cada arpa en el Cielo, porque Richard Knill había nacido de nuevo', eso había sido así conmigo. El reloj de la misericordia marcó en el Cielo la hora y el momento de mi emancipación, porque había llegado el momento. Entre las diez y media, cuando entré a ese lugar, y las doce y media, cuando fui de regreso a casa, ¡qué cambio había tomado lugar en mí! Yo había pasado de las tinieblas a la maravillosa luz, de la muerte a la vida. Simplemente por mirar a Jesús, había sido librado de la desesperación, y fui llevado a un estado de ánimo tan gozoso que, cuando me vieron en casa, me dijeron, 'Algo maravilloso te ha sucedido', y yo estaba ansioso para decirles todo acerca de esto...

Siempre he considerado, como Lutero y Calvino, que el centro del evangelio descansa en la palabra sustitución, — Cristo permaneciendo en el lugar del hombre. Si comprendo el evangelio, éste es lo siguiente: Yo merezco estar perdido para siempre; la única razón por la que no debería ser condenado es, que Cristo fue castigado en mi lugar, y no hay necesidad de ejecutar dos veces un sentencia por el pecado. Por otra parte, sé que no puedo entrar al Cielo a menos que tenga una perfecta justicia; estoy absolutamente seguro de que nunca tendré una propia, porque encuentro que peco todos los días; pero entonces Cristo tenía una perfecta justicia, y Él dijo, 'Eh, pobre pecador, toma mi vestidura, y póntela; tú permanecerás ante Dios como si tú fueras el Cristo, y yo permaneceré ante Dios como si yo hubiera sido el pecador; yo sufriré en lugar del pecador, y tú serás premiado por obras que no hiciste, sino que yo hice por ti.' Encuentro muy conveniente acudir a Cristo cada día como un pecador, como acudí al principio. 'Tú no eres santo', dice el diablo. Bueno, si no lo soy, soy un pecador, y Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. De todas formas, yo acudo a Él; otra esperanza no tengo. Por mirar a Él, recibí toda la fe que me infundió la confianza en su gracia; y la palabra que primero movió a mi alma — ‘Mirad a Mí’ —, todavía resuena su nota de clarín en mis oídos. Allí una vez encontré la conversión, y allí siempre encontraré refrescante renuevo.

SUMARIO

Charles H. Spurgeon (1834 - 1892). Sería imposible calcular el impacto que produjo en sus días o en generaciones futuras. Este fenómeno del púlpito fue forzado a ocupar cada mayor salón de conferencias para acomodar a los miles que se agolpaban para oírle predicar.

Independiente y enérgico, su énfasis caía en la predicación y la conversión, en vez que en la liturgia y los sacramentos. Se apegó a las grandes narrativas del Antiguo Testamento y al simple Evangelio de Jesús. Un orador elocuente, Spurgeon expuso incesantemente sobre la degradación del pecado y la gloria de la salvación.

Antes del tiempo de la ampliación, Spurgeon hablaba en Londres dos veces por semana a una congregación de 6000 personas.

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