Las iglesias evangélicas somos descendientes de la reforma protestante que se desarrolló a lo largo de la primera mitad del siglo XVI. Como rechazo a los excesos producidos por el papado (Simonia) durante ese tiempo Martín Lutero y luego Zwinglio y Calvino, modelaron los cimientos de la reforma de la iglesia.
Los principios fundamentales de las iglesias reformadas (sus distintivos) han quedado descritos en la actualidad en la declaración siguiente:
A parte de las convicciones comunes entre todos los creyentes y que pueden ser halladas en los credos de la iglesia primitiva, los protestantes… se reconocen en las seis afirmaciones siguientes:
Sólo a Dios sea la gloria. Los protestantes afirman que nada es sagrado, divino o absoluto sino Dios. Por esto son vigilantes acerca de cualquier partido político, valor, ideología o empresa humana que pretenda revestirse de un carácter absoluto, intangible o universal. Puesto que Dios es un Dios de libertad que llama a una libre respuesta de parte del ser humano, los protestantes son favorables a un sistema social que respete la pluralidad y la libertad de conciencia.
La Sola gracia. Los protestantes afirman que el valor de una persona no depende ni de sus cualidades ni de sus méritos ni de su estatus social, sino del gratuito amor de Dios que le confiere a cada ser humano un precio inestimable. El hombre, por tanto, no puede merecer su salvación por medio de sus esfuerzos por agradar a Dios. Dios le ha dado de su gracia sin condiciones. Este amor gratuito de Dios, a su vez, hace al hombre capaz de amar a sus semejantes gratuitamente.
Lo esencial es la fe. La fe nace del encuentro personal con Dios. Este encuentro puede surgir abruptamente en la vida de un individuo. Lo más común es que este encuentro sea el resultado de un largo recorrido lleno de dudas e interrogaciones. De todos modos, la fe es dada por Dios sin condiciones. Todos los seres humanos son llamados a recibirla en libertad. Ella es la respuesta humana a la declaración de amor hecha por Dios en los textos bíblicos y en Jesucristo.
La sola Biblia. Los cristianos protestantes no reconocen sino la sola autoridad de la Biblia. Por sí sola ella puede nutrir su fe; ella es la referencia última en las cuestiones teológicas, éticas e institucionales. A través de los testimonios humanos que ella nos transmite, la Biblia es la Palabra de Dios. Los textos bíblicos delinean principios generales a partir de los cuales cada protestante, en todo aquello que le concierne, y cada iglesia, colegialmente, trazan el espacio de su fidelidad.
Siempre reformándose. Las iglesias reúnen en una misma fe y esperanza a todos aquellos, hombres, mujeres y niños, que confiesan explícitamente al Dios de Jesucristo como aquel que da sentido a sus vidas. Las instituciones eclesiásticas son realidades humanas. “Ellas pueden equivocarse”, decía Lutero. Tomando como referencia al evangelio, la iglesias deben sin cesar mantener una mirada crítica e inquisitiva respecto de su propio funcionamiento. Cada uno debe asumir aquí su parte de responsabilidad y ser testimonio de la fidelidad a la palabra divina.
El Sacerdocio Universal. Entre los principios más innovadores de la reforma, el sacerdocio universal de los creyentes instaura un lugar idéntico, en el seno de la iglesia, a cada bautizado. Pastores y laico comparten el gobierno de la iglesia. Los pastores no tienen un estatus aparte en la iglesia. Ellos ejercen en su interior una función particular a la cual los estudios universitarios de teología les han conducido. En un espíritu de unidad ellos aseguran, en particular, el servicio de la predicación y de los sacramentos, la animación de la comunidad, en el seno de la cual ellos ejercen su ministerio, el acompañamiento, la escucha y la formación teológica de sus miembros.